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Échale un chin más de orégano

  • Foto del escritor: boricuavillalba66
    boricuavillalba66
  • 15 ago 2022
  • 6 Min. de lectura

Este verano pasará a ser uno de esos que no se olvidan. Tuve la oportunidad de pasar ocho semanas con mi mamá en la hermosa isla de Puerto Rico, en la casa donde viví los primeros 25 años de mi vida.

Luego, tuve la dicha de pasar una semana de vacaciones con mi esposo y nuestro hijo menor, Ricardo, en el parque de diversiones donde los sueños se hacen realidad. Lo pasamos genial…hasta que llegamos de regreso a casa y nos encontramos con una visita inesperada: COVID diecinueve.


Increíble, que después de dos años viviendo cerca del enemigo, me toca conocerlo justo al final de unas espectaculares vacaciones de verano. Sí, el enemigo se llama COVID diecinueve. Y le digo así, enemigo, porque no es amigo, no es amable, no es apacible, no es paciente, no camina lento. Al contrario, va a las millas dejando su sentir sin que uno sepa qué, quién, o cuándo.


Como buena Boricua que soy, todo lo tomo a relajo, para poder pasar un trago amargo con una sonrisa. El mismo día que me diagnosticaron con COVID diecinueve, me metí en la cocina a cocinar una sopa de pollo. Ya saben, por superstición o cuentos de abuela - que al final es lo mismo - las sopas de pollo se suponen resuciten muertos. Así es que, ya que los que están presentes en mi casa en este momento no cocinan, me di la tarea de cocinar una sopita milagrosa.


En el proceso, hice el sofrito, le eché zanahorias, apio, cebolla deshidratada [porque las frescas me dan asco], ajo, aceitunas verdes italianas [son un éxito], consomé de pollo, sal, pimienta y orégano. Ahh, el orégano, sí, este…se me fue la mano y le eché más de lo que mi receta no escrita dice que lleva. Pero bueno, en ese momento me dio un mar de risas al recordar que gracias al enemigo no tengo ni olfato ni sabor. Así mismo como lo lees…este COVID arrasa con todo sin preguntar ni pedir permiso. Es por esto que decidí seguir cocinando mi sopita verde y no darle importancia a que tenía más orégano del necesario. La sopita quedó tan linda como siempre y esta vez con un tono especial de verde.

El sabor…eso son otros veinte pesos. ¿Que qué? Lo del sabor es otro tema, que te cuento ahorita mismo.




COVID diecinueve me robó el olfato y el sabor. Si la sopa tenía más o menos orégano, no era de importancia porque no podía detectar ni el más ni el menos. La sopa no me supo a nada en particular. Es como si no hubiese comida sopa. Lo único que sentí fue el líquido caliente que pasó de la garganta al resto de mi cuerpo. Mientras comía la “deliciosa sopa” preparada con “extra orégano”, me hice las siguientes preguntas:


  1. ¿Será esta sensación de ausencia lo que sienten los estudiantes cuando hablamos tan rápido que no captan sino solo el ruido que producen nuestras palabras?

  2. ¿Será esta la razón por la cual se desconectan tan rápidamente de nuestras clases y no le prestan atención?

  3. ¿Qué puedo hacer para poder saborear la sopa si COVID diecinueve me ha robado el sabor y el olfato? ¿Es que acaso hay algo que yo pueda hacer? De igual manera, ¿qué puedo hacer para que mis estudiantes se conecten con la información que les estoy presentando?

  4. ¿Les hablo más lento o más alto? << hay una tendencia a decir las cosas en un tono de voz más alto por la creencia de que te escuchan mejor>>. Jeje [El lobo y la caperucita roja]


Llevo seis días con el diecinueve y a pesar de que se ha llevado casi todo, me ha dado la oportunidad de reflexionar en lo que considero y habitualmente hago como “mejores prácticas para el aula de lenguas extranjeras, en mi caso, el español.” <<defino mejores prácticas como aquello que trabajamos en el aula con éxito para mis estudiantes>>Aquí les dejo mi reflexión, tomando en consideración que mi método de enseñanza gira alrededor de cuentos e historias con un enfoque muy lejano a la gramática.


  1. Por más orégano que le eche a la sopa, no me va a saber a nada…hasta que yo internalice mi rol en la receta de la sopa de pollo. Yo, como estudiante, tengo que ir a clase con la intención de escuchar el mensaje o los mensajes. Pero no es solo escuchar palabras, no, es escuchar con la intención de entender. Yo, como maestra, tengo el deber de presentar la información de la manera más diluida posible para que el mensaje llegue aunque sea como gotero de suero, poco a poco, teniendo en cuenta que al principio, es posible que lo que se entienda sea mínimo o tal vez solo una cosa o un concepto. Esto significa que debo presentar la información a mis estudiantes de forma lenta, pausada y continua. Y esto, tal vez justifique que le eches un chin mas de orégano. Todo depende de tus gustos, preferencias y perspectivas.

  2. Esta primera reflexión me lleva al segundo punto. Yo, como maestra, debo presentar la información en partes y de forma repetitiva, para darle la oportunidad a mis estudiantes de asimilar algo de lo que les presento. Las partes deben ser presentadas en contexto con un marco de referencia que ya conocen. Esto hará que asimilen la información de manera más natural. Por ejemplo: Si estamos hablando de las comidas en el mundo hispanohablante, sería ideal seleccionar una de las comidas, presentar imágenes, y que ellos a su vez creen un tablero donde representan una de sus comidas predilectas con el vocabulario en español. El enfoque aquí no es que aprendan el vocabulario, sino que hagan la conexión de vocabulario + imagen, en español. Es posible que no recuerden las estructuras gramaticales, pero sí recordarán la conexión visual con el vocabulario ya que el visual es un marco de referencia que conocen de antemano a la perfección.

  3. El tercer punto en la reflexión tiene que ver con la frecuencia y velocidad con que se presenta la información en el aula. Ayer, en el día cinco de mi existencia con el enemigo COVID diecinueve, decidí regar aceite de menta por toda la casa. Me di cuenta que aunque no podía oler ni disfrutar del aroma [que normalmente es super fuerte], podía de manera muy lejana oler un chin de su refrescante aroma, solo un chin. Esto me dio esperanza y en cuestión de nada, la casa estaba inundada con el aroma de menta. Mi hijo Ricardo, baja al primer piso de la casa y me dice: ¡La casa huele a Navidad! Su comentario me provocó un mal de risa que terminó en tos…pero al final de cuentas disfruté su observación. Mi discapacidad para oler el aroma de menta y la observación de mi hijo Ricardo, me recordaron que es super importante presentar la información de forma pausada, repetitiva y constante. Que aunque la bombilla no se prenda al instante, tarde o temprano todos veremos la luz al final del túnel. Esto se traduce a que lo que presentamos el primer día de clases, hay que seguir exponiendo una y otra vez, hasta que todos en el aula asimilen la lección; hasta que todos puedan oler el aroma de la menta. No es cuestión de si hablo más alto o no, no, es cuestión de hablar pausada y constantemente, de una manera y con un vocablo que mis estudiantes puedan entender y asimilar. Hablar por hablar no produce nada. Hablar en un tono más alto, menos. En el aula, no hay ni lobos feroces ni caperucitas rojas.


Si algo me ha enseñado el COVID diecinueve es la tristeza que se siente al estar sola, desconectada del mundo que conozco y de las personas que me brindan paz y alegría. Por otro lado, también me ha enseñado que hay que tener mucha “paciencia y fe”, tal y como nos dice Lin Manuel Miranda en su película Washington Heights. Hay que tener paciencia porque el proceso de adquirir o recuperar una destreza puede ser más lenta de lo que deseamos o esperamos. Hay que tener fe que lo hacemos en el aula, enfocados en el estudiante, dará los resultados esperados y aceptables para cada uno de nuestros alumnos.


Les deseo un año espectacular, lleno de momentos, pausas, jolgorios y logros, individuales y colectivos.


Enid


P.D. Échale un chin mas de orégano


 
 
 

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